
Cuando en julio de 2015, acabando una memorable estancia, mitad trabajo mitad taller, en Wangelin (Alemania), comenté que “es difícil construir en tierra en el medio urbano”, Jörg Depta, maestro director del taller y con una dilatada experiencia en la materia, se apresuró a asentir de forma expresiva. Aunque él lo ha logrado, incluso para él es excepcional. Construye elegantes tapias que no son el sufrido ‘construir sabiamente con lo que se tiene a mano’ de antaño sino elementos singulares de cada conjunto en que se integran, a medio camino entre la construcción arquitectónica y la escultura-pintura. Siempre muy visibles y, tanto o más que definiendo el espacio, protagonizándolo en forma de piezas potentes, cuidadas y muy hermosas.
Ciertamente es una vía para el trabajo de construcción con tierra, concretamente tapial, y le da visibilidad y proyección en un medio tan exigente y prestigioso como la ciudad de Berlín y otras de Alemania… pero, con las características apuntadas, se trata de un nicho de trabajo muy particular, una especie de “gentrificación” de la tapia, de la construcción en tierra en general, no exactamente –entiendo- lo que buscamos. Sin despreciar –todo lo contrario- esto, que muestra de modo excelente en la tierra una nobleza insospechada cuando se le niega la más elemental dignidad, creo que lo que buscamos es, sobre todo, devolver a la tierra su normalidad como material constructivo, con todas las cualidades sobradamente conocidas entre los lectores de este blog.
Para esa devolución y volviendo al principio del artículo, “es difícil construir en tierra en el medio urbano”, es imprescindible la conservación del campo. Aunque, estemos donde estemos, “debajo hay tierra”, en el medio urbano nuestros pies habitualmente no la pisan. Hay edificios encima o pavimento, con todas sus capas, instalaciones, etc., las parcelas en casco urbano están muy constreñidas y su suelo, una vez liberado por la correspondiente demolición y desescombro, no suele ser el ideal para extraer buena tierra para construir. Por otro lado, tanto los aprovechamientos a que obliga la carestía del suelo urbano (construir en altura) como el estado actual, en la práctica, de los oficios de la tierra, desincentivan la construcción de tierra en la ciudad. A pesar de los progresos en la difusión, formación, acreditación y normalización, la tierra es una opción que habitualmente ni se plantea en el medio urbano.
Por supuesto, existen prometedores desarrollos técnicos, como esos robotes 1 de bombeo, hormigoneras o “barreras” en forma de impresoras 3D, que previsiblemente se irán extendiendo, pero el gran reservorio de la construcción en tierra, tanto por el patrimonio existente y digno de mantenerse como por el potencial para la obra nueva en tierra, es el campo.
Esta consideración es lo que da título al artículo y lo que hizo que el domingo pasado (23 de enero) abandonase un artículo a medias para escribir este. Ese día participé en la manifestación general en Madrid del mundo del campo (español) para llamar la atención sobre la dramática situación en que se encuentran y que, si no se pone remedio urgentemente, amenaza con la desaparición a corto plazo de sus explotaciones. De hecho, ya están desapareciendo a un ritmo alarmante. Con las explotaciones que -insostenibles por su baja, nula o incluso negativa rentabilidad- desaparecen, desaparece la población básica. Con esta desaparecen la industria de apoyo (talleres de maquinaria o vehículos, carpintería, etc.), el comercio, el transporte, los servicios (enseñanza, medicina, veterinaria, banca, jurídicos, técnicos, etc.) ya instalados… y no llegan nunca los prometidos (redes de suministro diversas, sobre todo telecomunicaciones, fibra). Y con esto, a su vez, desaparece otra parte esencial de la población y del funcionamiento del medio rural, y se ahondan el vaciamiento demográfico, la decrepitud y el abandono general, en un ciclo que se retroalimenta…
Huelga decir que en los muchos manifiestos que se leyeron al principio de la manifestación, en escenario montado en la plaza de San Juan de la Cruz (la manifestación abarcó todo el Eje Castellana, desde dicha plaza hasta la Glorieta de Atocha), se dieron datos de la situación: 0,15 €/kg de naranjas en origen (de otra fuente oigo 0,12), frente a 0,18 € la bolsa de plástico. No es este lugar el adecuado para adentrarnos en la compleja y demoledora casuística. Traigo solo este dato significativo y el recordatorio de que hay prácticas desleales, e incluso flagrantemente ilegales, nutriendo la estadística y que tienen una dimensión internacional, con la PAC y grandes operaciones extracomunitarias detrás.
Aunque hay una anticipada difusión genérica del acontecimiento, en tono dramático, su organización ha debido de costar, pues los datos concretos de lugar y hora solo llegan (o me llegan) la víspera. Voy, por una amiga que cría gallinas exóticas, con el grupo de criadores de aves. Allí conozco a Paco Segura, cabeza de la asociación que acompaño y, según me prepara mi amiga, una autoridad en palomas: “de las tres o cuatro personas que más saben de palomas en toda España”.
Una vez que terminan los manifiestos, cuando vamos ya caminando Castellana abajo, voy hablando con él. Paco es criador de palomas de raza. Tiene actualmente unas ochocientas, pero añade con tristeza “es que no se puede más”. En el pasado tuvo muchas más. Es un apasionado del asunto. Por él me entero de que el ejército de los EE. UU. cría –sigue criando- palomas mensajeras: “son muy seguras, rápidas, eficaces e indetectables por los radares… aunque tienen también su contramedida: los halcones”.
Lo que hace una paloma es volver a “su casa” desde cualquier sitio donde se la suelte. Paco ha ganado numerosos concursos nacionales e internacionales en sus especialidades. Una paloma entrenada es capaz de ir de Marsella a Barcelona o Zaragoza sin parar. De hecho, estos recorridos me los dice como ejemplo de los que han hecho palomas suyas en concurso. Perciben el magnetismo terrestre, por lo que, como con brújula, cuando se las aleja de casa, saben en qué dirección van. Con eso y con el sol, una vez que se las suelta, saben hacia donde ir. Por el camino, una vez que reconocen referencias visuales u olfativas de su casa, utilizan un finísimo retrato olfativo de su casa fijado indeleblemente en su memoria para, junto con la vista, completar el acercamiento con seguridad y precisión.
La carne de paloma es muy roja, sabrosa y extraordinariamente nutritiva, y la de un pichón de veintiocho días, además, es particularmente tierna. Se consumía mucho y se recomendaba a todas las personas que padecían anemia por su alto contenido en hierro muy asimilable. Esto explica la proliferación de palomares en el pasado, hasta convertirse en seña de identidad de nuestra estepa de Tierra de Campos, y de extensas porciones de la España interior. Adjunto documentación de un extraordinario palomar –hoy, como tantos, en estado ruinoso- en El Tiemblo, Ávila, que comento en nota 2 al final.
A la pregunta de si, con todas estas cualidades, no podría recuperarse la cría de palomas para carne, me contesta que no… Tengo en mente el curso de la Diputación de Palencia de junio de 2013, en el que visitamos muchos palomares de Tierra de Campos y se habló de la recuperación de los palomares, entre otras vías de relanzamiento de la actividad en el campo…; también un curso de “Gestión de proyectos de rehabilitación del patrimonio” en la ETSAM, 2008, donde se propusieron muchas iniciativas y se trató, fueran cuales fueran estas, del modo de gestionarlas… Pero algo pasa… A diferencia del americano, el ejército español abandonó la cría de palomas hace diez años… Son cosas que escucho con decepción porque, en mi ensoñación, creo entrever caminos para la preservación, recuperación e impulso del medio rural…
Y es que, enlazando con el principio, “es difícil construir en tierra en el medio urbano” y el gran reservorio de la construcción en tierra es el campo; el “gran campo”, valga la redundancia, para la construcción sana, natural y sencilla (no los sofisticados y supertecnológicos desarrollos “Passivhaus”) en tierra es el campo.
Salvemos el campo y, con la sensibilidad que se abre paso actualmente, el porvenir de la construcción en tierra estará asegurado.
Gabriel Pérez González
FUENTES Y DOCUMENTACIÓN
- Jörg Depta: https://lehmbauwerk.de/ y, más específicamente: https://lehmbauwerk.de/2020/03/31/stampflehmwand-vierseitenhof-in-stahnsdorf-bei-berlin-2011/
- Paco Segura y palomar de El Tiemblo:https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=4752532024805974&id=100001476699489&sfnsn=scwspmo
Nota 1) No, ‘robotes’ no es ninguna errata. Aunque está admitido ‘robots’, escribo robotes por amor a ese gran patrimonio inmaterial que es la lengua española, cuyo particular equilibrio consonantes-vocales es, entre otras cualidades, muy apreciado por filólogos de todo el mundo. Un rasgo de la morfología del español, relacionada con lo dicho, es que el plural de nombres cuyo singular acaba en consonante se forma intercalando una ‘e’ entre la consonante y la característica ‘s’ del plural. La aceptación de ‘robots’ fomenta la consolidación de otros muchos plurales (‘hábitats’, ‘déficits’, ‘referendums’, etc.) decididamente incorrectos, tan en boga hoy día por influencia del inglés no léxica sino morfológica, mucho más desnaturalizadora. Cuenta además con el argumento de autoridad de su uso por algún gran escritor (Torrente, Sombras, 264, ha usado robotes) , como cita el académico D. Manuel Seco en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española.
Nota 2) En alguna de las fotos y en el vídeo, allí donde la imagen está exenta de referencias de escala, la forma de los nichos de los nidos, junto con el aspecto del material, que recuerda bóvedas romanas, y la proporción vano-macizo dan la impresionante sensación, piranesiana, de un coliseo gigantesco, de decenas de pisos y casi centenares de bóvedas en cada piso, muchísimo mayor que el ya enorme de Roma. El efecto es colosal.